"LaS PaLaBrAS tAmBiéN sOn CaMiNoS"
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jueves, 18 de noviembre de 2010

       La palabra no refleja ni comunica la realidad: la transforma. No la transforma en otra realidad, sino que la transforma en un espacio no tangible, que es en verdad el único que habitamos, el único que todos podemos habitar. Las lenguas deben ser consideradas como oráculos, grandes mansiones de una sabiduría que nos precede y nos prosigue. Cuando nuestras ciencias y nuestros amores hayan pasado, la lengua en la que nacimos y moriremos seguirá viviendo más allá de nosotros-porque en el principio es el Verbo, y al final también será el verbo-, como decía Unamuno.
       Por la palabra fueron hechas todas las cosas y en ellas estaba la luz que resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas- es decir, nuestra televisión, prensa e incomunicación cotidianas- no la conocieron, nunca quisieron conocer. Lo importante es que la conozcamos nosotros mismos, que la afiancemos en nuestro corazón como el talismán designado a hacernos sobrevivir esas tinieblas. Lo importante es que podamos compartirla con todos aquellos que reconocen esa luz como propia y están dispuestos a amarla y celebrarla como ella lo merece.


        El lenguaje es el depósito sagrado de nuestra conciencia, la condición de nuestra sabiduría, la garantía de nuestra identidad y de nuestra libertad, y también una fuente de placer inagotable, si sabemos encontrarla. Pero lo malo es que, en gran parte, esta sociedad, efectivamente, ha abierto la luz verde en este sentido, y lo que presenciamos es un arrasamiento masivo de nuestra comunicación con el propio lenguaje, nudo fundamental de nuestra comunicación con nosotros mismos. Lo que se nos impide es el contacto con lo digno y lo hermoso del lenguaje. Y lo que urge es elegir entre un lenguaje cómplice y un lenguaje resistente.
       Pero en realidad no es el lenguaje lo que está en crisis, ya que la historia demuestra que pasan los gobiernos, los países y los siglos y el lenguaje sobrevive, siempre con la misma energía maravillosa.
       De cualquier modo, sabemos, consciente o inconscientemente, que el lenguaje, con su corona más alta, la poesía, es inmortal, como todas las cosas verdaderamente necesarias para la vida humana... De manera que defenderlo está bien, porque hay sistemas como el presente, que apagan la conciencia de las propias necesidades, los deseos más intimos, los recursos a la belleza más imperiosos. Pero la lengua y la poesía se defienden solas, vivitas y coleando, con nosotros o sin nosotros.

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